La decisión del gobernador de Antioquia, Andrés Julián Rendón, de respaldar la precandidatura presidencial de Miguel Uribe Londoño ha desatado un nuevo capítulo de fracturas en el Centro Democrático. Lejos de mostrar cohesión, el uribismo exhibe un panorama marcado por divisiones internas, pugnas de poder y un evidente desgaste de sus principales figuras.
Un partido fracturado
El respaldo de Rendón no es una adhesión natural ni unánime dentro de las filas uribistas. De hecho, este movimiento refleja que las cartas más visibles del partido —María Fernanda Cabal y Paloma Valencia— no logran concitar consensos sólidos ni al interior del Centro Democrático ni mucho menos en el escenario nacional. Rendón, al buscar un “tercero en discordia”, parece admitir implícitamente que las candidaturas de Cabal y Valencia son inviables o demasiado desgastadas para enfrentar una contienda presidencial.
¿Qué aporta Miguel Uribe Londoño?
La gran incógnita sigue siendo qué le ofrece realmente Miguel Uribe Londoño al partido y al país. Su perfil académico y experiencia administrativa, aunque presentados como fortalezas, poco se traducen en arraigo popular o en capacidad de liderazgo en un contexto de crisis social y política. Su narrativa de “unidad familiar” tras la tragedia personal por el asesinato de su hijo se utiliza como escudo simbólico, pero en términos políticos reales, no logra explicar qué proyecto distinto o transformador representa.
El ocaso de un proyecto político
El apoyo de Rendón a Uribe Londoño puede leerse como un intento desesperado de reciclar liderazgos en un partido que, tras dos décadas de hegemonía, muestra claros signos de agotamiento. Mientras Cabal representa el ala más radicalizada y Paloma juega a una ambigüedad estratégica, la llegada de Miguel Uribe no resuelve los problemas de fondo: pérdida de legitimidad, falta de renovación genuina y desconexión con las demandas sociales.
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