En los últimos días se ha abierto un debate nacional tras las declaraciones del presidente Gustavo Petro, quien utilizó el término “los Brayan” de manera despectiva, asociándolo con estigmas de los barrios populares. Según lo planteado, se trataría de hombres irresponsables que abandonan a sus parejas después de embarazarlas. Esta generalización no solo es desafortunada, sino que también reproduce un imaginario clasista que reduce a las personas a un nombre y a un prejuicio social.
El peso de los nombres y el clasismo cotidiano
Los nombres como Brayan, Jhonatan, Yesica o incluso Leidy han sido históricamente objeto de burlas y estigmatización en ciertos sectores sociales. Se les ha asociado injustamente con falta de educación, delincuencia o irresponsabilidad. Sin embargo, los nombres no definen la clase social, el carácter ni el futuro de las personas. Lo que realmente determina las oportunidades de alguien son las condiciones sociales, económicas y educativas a las que tiene acceso.
Una denuncia legítima
El señalamiento presidencial generó la reacción de múltiples ciudadanos que llevan este nombre, quienes expresaron su inconformidad y denunciaron el clasismo implícito en las palabras de Petro. Con razón: estigmatizar a un grupo de personas por su nombre es tan injusto como discriminar por el color de piel, la religión o la orientación sexual. Se trata de un prejuicio que refuerza barreras sociales y legitima la burla contra comunidades que ya enfrentan desigualdades estructurales.
Los “Brayan” reales
Detrás de cada Brayan hay historias de trabajo, esfuerzo y sueños. Jóvenes que estudian, que aportan al país desde distintos oficios y profesiones, que sostienen a sus familias y que buscan salir adelante como cualquier otro ciudadano. Desconocer esa realidad y reducirla a un estereotipo no solo invisibiliza sus luchas, sino que también alimenta una narrativa que profundiza las divisiones sociales.
Una propuesta: resignificar
La respuesta no debería ser únicamente el reclamo, sino también la resignificación. Los Brayan —y todos aquellos nombres populares que han cargado con el estigma— merecen reivindicarse como símbolos de resiliencia, diversidad y autenticidad. En lugar de ser sinónimo de burla, deberían recordarnos que Colombia está formada por muchas historias y que ninguna persona merece ser definida por un prejuicio.
Conclusión
El debate sobre “los Brayan” pone sobre la mesa un tema de fondo: el clasismo cotidiano que atraviesa la política y la sociedad colombiana. Si realmente queremos un país más justo e incluyente, debemos dejar de lado etiquetas que hieren y construir un discurso que dignifique a todas las personas, sin importar cómo se llamen.
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