El presidente Gustavo Petro aseguró que Donald Trump vetó su presencia en el acto donde se firmará el acuerdo de paz de Gaza. Más allá del protocolo, el mensaje es político: cuando la paz se convierte en evento VIP, la diplomacia del poder blando decide quién entra y quién no.
Un veto que habla de geopolítica
La exclusión de un jefe de Estado latinoamericano con agenda de paz, clima y derechos humanos revela un patrón: la mesa global tolera la diversidad siempre que no incomode. El progresismo latinoamericano ha cuestionado, con datos, los dobles raseros frente a conflictos y derechos civiles. Ese contraste explica el portazo.
La foto que buscan (y la que evitan)
En toda firma de paz hay dos batallas: la de las armas y la de la narrativa. La primera termina en el documento; la segunda se disputa en la foto oficial. Vetar a Petro evita una postal que recuerde que la paz exige cese de la ocupación, garantías humanitarias, investigación de crímenes y un estado palestino viable. La foto sin voces incómodas es más fácil de vender.
¿Diplomacia o club privado?
- Poder blando selectivo: se invita a quienes confirman el libreto, se aísla a quienes preguntan.
- Coste para la región: América Latina pierde interlocución directa en mesas donde su experiencia en comisiones de la verdad y acuerdos territoriales es valiosa.
- Mensaje local: a la oposición que pide “moderación” al Gobierno, el veto recuerda que el progresismo enfrenta murallas externas, no solo debates internos.
Lo que debería pasar
Si el acuerdo de Gaza aspira a credibilidad, la firma debe abrirse a observadores incómodos, a víctimas y a garantes regionales sin vetos ideológicos. La paz integral exige voces plurales, no una curaduría de aliados.
El veto a Petro no deslegitima su agenda: la confirma. La paz no se decreta en salones cerrados; se construye con quienes denuncian la asimetría y exigen derechos para todos.













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