El presidente Gustavo Petro abrió un debate incómodo: ¿cómo encaja el Nobel de Paz otorgado a María Corina Machado con una carta de 2018 en la que solicitó ayuda a Mauricio Macri y Benjamín Netanyahu para “avanzar en el desmontaje del régimen criminal venezolano”? En un trino extenso, Petro recordó que Netanyahu es señalado por organismos y expertos de graves violaciones a los derechos humanos en Gaza. La pregunta de fondo es coherencia.
Lo que está en juego
El Nobel premia trayectorias que apuestan por salidas pacíficas y derechos humanos. Pedir apoyo a un gobierno cuestionado por acciones militares desproporcionadas en Palestina tensiona ese estándar. La oposición democrática en Venezuela es legítima; hacerlo de la mano de un liderazgo asociado a bombardeos, bloqueos y castigos colectivos abre dudas sobre el método.
La disputa por la narrativa
Machado ha construido un relato de “resistencia democrática” frente a Nicolás Maduro. Pero el progresismo latinoamericano —y Petro en particular— insiste en que no todo vale. La región acumuló lecciones: paz negociada, comisiones de la verdad, desarme, reparación de víctimas. Por eso la interpelación presidencial no es un “ataque personal”, sino una defensa del principio de que los medios importan tanto como los fines.
¿Doble rasero internacional?
En el tablero global se celebran algunas disidencias y se silencian otras cuando son incómodas para aliados estratégicos. La carta de 2018 expone esa asimetría: se invoca la democracia para Venezuela mientras se minimizan crímenes imputados en Gaza. Si el Nobel de Paz quiere sostener su autoridad moral, debe resistir lecturas geopolíticamente selectivas.
Lo que sí construye paz
- Condicionar apoyos internacionales al cumplimiento estricto del DIH y los DD. HH.
- Rutas electorales y de negociación para transiciones democráticas, sin tutelas militares externas.
- Voces de víctimas en el centro, no como telón de fondo.
La crítica de Petro interpela una idea simple y poderosa: la paz no es un premio, es una práctica. Consecuente en Gaza y en Caracas. Quien pida apoyo para “desmontar” un gobierno debe hacerlo con herramientas democráticas, no con cheques en blanco a líderes bajo acusaciones de masacres. Ese es el estándar que el Nobel debería reforzar, no relativizar.













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